Por :ALFREDO ARNOLD MORALES
Entre en cúmulo de novedades que ha traído al mundo la crisis sanitaria por el Covid-19, destaca la cuarentena familiar.
La presencia física en el seno de la familia, por más normal que parezca, es una situación a la que, seguramente, la inmensa mayoría ya nos habíamos desacostumbrado. El hecho de pasar ahora tantas horas de convivencia los esposos, los padres con sus hijos, los hermanos, los niños, los jóvenes y los abuelos, incluso algún familiar cercano como la tía o los primos, es una experiencia cuyos efectos serán distintos en cada persona.
Ciertamente, uno ama a su familia, pero esta prolongada convivencia forzosa puede activar sentimientos y actitudes inesperados; respuestas buenas, malas o indiferentes, pero distintas a lo que consideramos “normalidad”. No es lo mismo para un adolescente, por ejemplo, despedirse cariñosamente de sus padres en la mañana, ir a la escuela, entrenar su deporte, convivir con la novia y los amigos y regresar cansado a su casa para cenar y descansar, que pasar el día entero en la habitación contigua y encontrarse en cada rincón de la casa con el papá o la mamá. Unos y otros pierden parte de algo muy valioso que es su intimidad. Alguien podría decir que la convivencia familiar está bien para un fin de semana, pero no para tres meses seguidos.
Afortunadamente, casi toda la gente con la que he tenido comunicación a distancia en estos días, comenta que su experiencia familiar ha sido positiva, aunque podría mejorar bastante. Falta más conversación y menos ensimismamiento en la televisión, los videojuegos o el celular.
Sería un gran regalo para nuestra sociedad y la de todo el mundo si la familia, como institución, sale fortalecida de la cuarentena.
La familia sufre su propia pandemia. No se puede ocultar su deterioro, por cierto, muy acelerado en los últimos años y de lo cual no se puede culpar únicamente al avance de las políticas llamadas “progresistas” sino también a la globalización, a los medios de comunicación y a la pérdida de valores dentro de las instituciones.
Hoy, las circunstancias fortuitas nos dan una oportunidad para centrar la atención en la familia, en su estado actual, en su futuro, en lo que cada familia puede hacer por sí misma y en lo que desde el ámbito privado y público podemos hacer por ella.
En esta coyuntura es una tarea fundamental rescatar a la familia… o a lo que queda de ella.